domingo, 23 de febrero de 2020

JIM ELLIOT, MISIONERO A LOS AUCAS-ECUADOR

Recuerda la frase lacónica de Jim Elliot: “No es tonto aquel que pierde lo que no puede retener, para ganar aquello que no podrá perder jamás”. 

Jim Elliot formaba parte de un equipo interdenominacional de cinco personas que se había propuesto emprender la arriesgada misión de alcanzar el Evangelio a tribu auca en Ecuador.  Hace más 60 años que estos jóvenes norteamericanos, un grupo de cinco, murieron fuera de su patria por la causa de Cristo, dejando tras sí cinco viudas, también jóvenes, y varios niños de corta edad.   Todavía hoy conmueve leer el relato de este heroico episodio y contemplar las fotografías del inesperado y luctuoso desenlace.  


No obstante, y a pesar del dolor que indudablemente ocasionan dramas como estos, no cabe duda de que su sacrificio rindió frutos que sus propias familias han tenido la satisfacción de conocer, a semejanza de lo que aconteció con el heroico grupo de ingleses que murió de inanición en el otro extremo del continente poco más de cien años antes.  

Uno de los integrantes del equipo era Jim Elliot (1927-1956). Este mártir del Evangelio nació en Portland, Oregon, en 1927.  Convertido a los seis años de edad, dedicó su vida a conocer a Dios y a buscar y cumplir su voluntad. Cuando tenía sólo veinte años se había expresado así en una oración íntima: «Señor, prospera mi camino, no para que adquiera una posición social elevada, sino para que mi vida sea una demostración del valor de conocer a Dios».  Sostenía que para conocer a Dios primero hay que obedecerle.  Después de los estudios primarios Elliot pasó a un politécnico, en el que escogió el dibujo arquitectónico entre otras asignaturas técnicas.    

Vinculado a iglesias de los «hermanos libres» procuró mantenerse apartado de toda actividad frívola (no así de los deportes, incluida la lucha, en la que se destacó hasta el punto de que se lo describiera como el «hombre de goma»), así como de cualquier actividad bélica o política.  Posteriormente siguió estudios universitarios en el conocido Wheaton College, de orientación evangélica, y con el tiempo fue comprendiendo que su postura rígidamente ortodoxa, mantenida con cierta arrogancia, le impedía tener contactos fructíferos con sus compañeros de estudio y otras personas a las que intentaba evangelizar.  Tuvo siempre, según dan testimonio sus escritos privados, una intensa vida devocional y de estudio de la Palabra de Dios. 

Concluidos sus estudios formales en 1949, estudios de cuyo valor en algún momento comenzó a dudar, realizó un curso de lingüística práctica en el Instituto Lingüístico de Verano en la Universidad de Oklahoma (donde por primera vez oyó hablar de los aucas), curso destinado a futuros misioneros deseosos de aprender a hablar lenguas indígenas y finalmente elaborar alfabetos para las mismas con el fin de que los hablantes de ellas pudieran tener acceso a las Sagradas Escrituras.  Terminados todos estos estudios y habiendo realizado bastantes actividades evangelísticas (incluido un programa radial) y de enseñanza bíblica en distintas partes de los Estados Unidos, buscó la voluntad de Dios en cuanto al campo misionero hacia el cual debía dirigirse, no sin resistencia de su familia y sus amigos que consideraban que tenía cualidades intelectuales y la capacitación adecuada para ser de mucha utilidad en las iglesias y en los grupos universitarios en su propio país.  A lo largo de sus años de estudio se había destacado como organizador, orador, escritor y actor, sin dejar de dar su testimonio cristiano a quien quisiera escucharlo.  Entre los argumentos que esgrimió en esas circunstancias, y que contribuyeron a convencerlo del paso que había decidido dar, estaba el de que «hay un obrero cristiano para cada 50.000 personas en otras tierras, en tanto que hay uno por cada 500 en los Estados Unidos». 

«La población de la India –escribió también en su diario- equivale a la de Norte América, África, y Sud América combinados, y hay un misionero por cada 71.000 personas allí». Ante estas realidades no encontraba justificativo alguno para quedarse en su propia tierra. Llegó así el momento en que se sintió guiado al Ecuador, país al que se trasladó en 1952.  Iba soltero porque entendía que sólo así podía iniciar actividades misioneras sin impedimentos. Dispuesto a afrontar el celibato, no descartaba la posibilidad de contraer matrimonio más adelante con la joven a la que se sentía atraído. 

Entre 1952 y 1956 Elliot estuvo en diversos lugares del Ecuador, junto a su compañero Fleming, y luego también junto a Youderian y McCully, aprendiendo el castellano y el quichua de la región, como también colaborando en tareas misioneras (de predicación, de evangelización, de enseñanza bíblica, de auxilio médico a los naturales).  Paralelamente colaboraba en la preparación de lugares techados para la realización de cultos y clases de doctrina y de lectura y escritura, como de viviendas para las diversas familias misioneras (aunque le impacientaba tener que dedicar demasiado tiempo a estas últimas actividades, que lo distraían de lo fundamental de la misión a la que había sido llamado).  Las actividades incluían viajes de reconocimiento de varios días o semanas por la selva, a veces a pie y otras en canoas.  

Además, habiendo llegado al Ecuador con el pensamiento de alcanzar algún día a los aucas, se dedicó a aprender frases útiles para los primeros contactos, para el caso de que se presentara esa posibilidad. La oportunidad se presentó finalmente y Elliot, el «lingüista» del grupo, tuvo la posibilidad de emplear a voz en cuello las frases aprendidas, con la esperanza de que fueran oídas por los aucas, como efectivamente ocurrió.  Una vez instalado el grupo en un campamento a orillas del río Curaray, a distancia prudencial del asentamiento auca, procuraron atraer su atención.  El primer contacto les dejó la impresión de que se iniciaría un vínculo fructífero, pero sorpresivamente los cinco hombres fueron atacados y muertos a lanzazos.  El triunfo de la causa de Cristo quedó demostrado menos de tres años después cuando un grupo de aucas hizo llegar a dos mujeres (Raquel Saint, hermana de «Nate», y Elizabeth de Elliot, viuda de Jim) un mensaje con una invitación a vivir entre ellos.  Poco después la segunda de estas mujeres escribía así: «Hoy me hallo sentada en una chozita de paja … a pocos kilómetros al suroeste de ‘Palm Beach’.  En otra casucha de paja, a menos de cinco varas [unos cuatro metros] de distancia, se hallan sentados dos de los siete hombres que dieron muerte a mi esposo» 

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